LA ENTREVISTA QUE NUNCA OCURRIÓ
Alberto Omar Walls
En las Navidades todo el mundo anda por las calles y las cafeterías se ponen atestadas de gentes que no saben a ciencia cierta por qué
están metidos en esa vorágine, qué cosas beben y, ni siquiera, si el permanente espectáculo de ver pasar tantos rostros desconocidos
les alegran las vidas o los hunden más en el tedio de no haber descubierto aún por qué y para qué viven.
En medio de un grupo de cinco o seis hombres, lo reconocí. Quizá fuera por su bigotillo París años 30 o por aquel hoyuelo de la barbilla.
Pensé en una broma que nunca le diría: seguro que Dios cuando lo creó le empujó un poco hacia arriba el rostro, apoyando su divino dedo
índice en el mentón, obligándolo a configurar su expresión en una mirada un tanto altanera, no obstante limpia y confiada allá de su hondura.
¡Ah!, ¿qué me dices?, planteé para dentro de mí en mis pensamientos, ¿entonces crees que éste sea uno de esos artistas tocados por el dedo de Dios?
Él, al tiempo que yo sonreía por mis ocurrencias me reconoció desde lejos, me hizo una señal de aviso con la mano en alto, dejó el grupo y se
acercó a mi mesa. Me sonrió tan ampliamente que pensé sobre la marcha que al volver a casa tendría que romper de inmediato todos los
apuntes anteriores que había pergeñado sobre su persona mucho antes de conocerle. También me dio tiempo, a los pocos segundos de
comenzar a hablarnos, de elucubrar un poco sobre la licitud o no de uno hacerse ideas preconcebidas, sobre todo cuando se está
aprendiendo a vivir. Por eso, pronto, me dejé llevar por el ritmo pausado de su voz, por el tono plagado de similidicadencias y
silencios, por su melodía que se apoyaba tanto en las miradas. ¡Las miradas!, ¡descubría, mientras lo oía, que usaba como un maestro
todos los hemisferios y ángulos de la observación! Claro está, la costumbre de observar a través de la proyecciones áureas...
Las voces que reververaban en el local nos transmitía un desasosiego enervante. Concertamos tácitamente que en aquella cafetería había
demasiado ruido, y que como fuera que ambos teníamos la mañana libre podríamos ir a otro lugar, al menos donde realizar una entrevista,
en torno a su exposición De orbe et quadro, nos fuera posible. Casualmente vimos un cartel muy sugerente del Cabildo colgado
de la pared y decidimos subir para el Valle de Ucanca. Había un tiempo espléndido y seguro que allá arriba iba a estar radiante.
Se ofreció a conducir. Como fuera que me mareaba tanta curva y yo llevaba la grabadora además de la cámara fotográfica,
era evidente que iríamos en su coche. Además, me advirtió de que llevaba en el maletero todo el material gráfico de su obra
y así podría mostrármelo.
Estaríamos a la altura del Hospital cuando le espeté a quema ropa que me empezara a hablar de su vida. Tomó aire y me miró ladeando el
rostro:
- ¿Qué quieres que te cuente?, ¿por dónde empiezo? -dijo sonriendo.
- ¿Que por dónde empiezas? -le dije, acercando el magnetófono hacia sus labios en el momento exacto en que casi tuvo que esquivar
una moto que nos entró por la derecha- Pues por el principio: cómo te llamas, dónde naciste..., tus primeros colores,
los maestros, influencias, inquietudes, etcétera. ¡Esas cosas que tanta veces antes te habrán preguntado!, ¿no?
Volvió a sonreir con aquella amplitud que alarmaba, mientras torcía el volante obligando al auto prestado por su hermano Carlos
a coger hacia la izquierda en el cruce del Padre Anchieta, para luego enfilar casi recto camino de La Esperanza.
- ¡Ufff!, es mucho lo que hay detrás de uno, desde el año cincuenta y siete... Me llamo Manolo Yanes y nací en Santa Cruz de Tenerife
-empezó diciendo-, expuse hasta principio de los ochenta y, luego, ¡hace ya veintidós años!, cogí rumbo para Francia.
- No, no me refiero a que me cuentes tu pasado social como artista -le interrumpí-, sino a que me hables de tu historia vital. Claro está,
esa historia engarzada con la creación; cómo descubriste la pintura, también tus experiencias estéticas, las influencias, los maestros...
En esa nueva sonrisa cupo todo lo que a lo ancho discurren los recuerdos corriendo entre la alegría y el dolor. Descubrir eso me obligó
esperarlo a que por sí mismo tornara a hablar de nuevo. Mientras experimentaba el placer de la paciencia, observaba por delante el recto
y nebuloso discurrir de la carretera en la zona de Las Lagunetas, y no pude evitar acordarme del accidentado rodaje de Piel de cactus,
cuando llovió tanto aquella tarde del verano del noventa y ocho, que hubo que mandar a Madrid a reparar la Harri de Mengue.
¡Ah, los recuerdos! Volví a mirar aquel rostro de quien conducía al lado mío, ahora serio, que el dedo inefable de Dios había
hoyado dulcemente en el mentón cuarenta y cuatro años atrás. Él empezaba a recontar teniendo trabada la mirada en alguna suerte
de pantalla invisible que proyectaba sus imágenes del recuerdo por delante del capó del coche. Comprobé el girar de la cinta
en el pequeño magnetófono, me acomodé en el espaldar de mi asiento y dejé también mi mente que andara a su gusto, dejándome
llevar por el ritmo cadencioso de la voz. Ya lo oía decir...
- Cuando mi hermano y yo éramos pequeños, mi padre nos compraba en el estanquito de la esquina dos enciclopedias por fascículos.
Una se llamaba "Fabulandia", enciclopedia de cuentos maravillosamente ilustrados con un animal diferente en cada número en las cubiertas.
La otra era la "Enciclopedia estudiantil", de fascículos tambien ricamente ilustrados que trataban en miscelánea de todos las materias.
Este universo de imágenes me fascinó durante mi infancia. Posteriormente, me compró algunos libros de arte, y me pagó un curso de dibujo y
pintura por correspondencia. Me dediqué concienzudamente a estudiar y aprender los primeros rudimentos técnicos y en cuanto dominé básicamente el dibujo, empecé a hacer mis primeros pinitos creativos hacia los diecisiete años. Tenía muchos cosas que decir o, en todo caso, una gran necesidad de expresarme. Me matriculé en Geografía e Historia con vistas a especializarme en Historia del Arte. Simultáneamente hice tres cursos en la vieja Escuela de Bellas Artes de Santa Cruz. Pero no terminé, era demasiado de nueve de la mañana a nueve de la noche, y por otra parte llegó el momento en que me pareció que ya no podía sacarle a la Escuela casi nada más: necesitaba trabajar solo, ¡solo!, a mi aire... Lo que sí finalicé fue Historia del Arte, formación que ha sido muy importante para el desarrollo de mi trabajo. Mis primeras exposiciones las hice paralelas a la vida estudiantil. Mi aprendizaje plástico tuvo un proceso de lo más tradicional: del dibujo a la pintura, del blanco y negro al color. Siempre me ha fascinado el dibujo. ¡Soy un auténtico florentino del Quattrocento en mi fuero interno! Es una pena que ya hoy casi nadie dibuje, o sepa dibujar... Durante muchos años lo esencial de mi obra fue sobre papel. A pesar de que pinté bastante en la Escuela, mi relación con el óleo, con la pintura, era conflictiva y el llegar a pintar de manera que a mí me satisfaciera, me llevó mucho tiempo...Por otra parte, mi relación con la vieja dialéctica pintura de contenido y pintura pintura, una de esas equívocas oposiciones que recuerdo haber estudiado sobre todo con respecto al siglo XX, me decantó desde mis comienzos por un arte mental, como decía Leonardo, y mi necesidad de decir algo, de comunicar, me ha impulsado a la utilización de la imagen, de la figuración, de recursos narrativos... En este sentido, mis primeras obras están en torno a exposiciones-concepto, series que giran alrededor de una idea que se desarrolla en un cierto número de obras englobadas bajo un título. En cualquier caso, a estas alturas este tipo de clasificaciones me parece secundario. Todo arte es simbólico y plástico. La utilización de recursos extra pictóricos, narrativos, musicales... no impide una búsqueda y planteamiento plásticos. Fondo y forma son indisociables. Lo que sí es probable es la existencia de dos recorridos: el tradicional, del fondo a la forma, y el contemporáneo, de la forma al fondo. En un proceso de bastantes años mi trabajo ha ido profundizando aspectos más esencialmente plásticos en busca de un lenguaje expresivo personal, sin dejar de lado el simbolismo de las imágenes... Siempre, desde el comienzo, me centré en una visión antropocéntrica, que es casi el tema exclusivo durante años...
- ¡Mira!-dije, interrumpiéndole-, un día luminoso como hoy, en ese alto de ahí rodamos una de las secuencias de Piel de cactus con el Teide al fondo.
- ¿Podríamos hacer un primer alto en el camino? -me dijo- y, sin esperar respuesta, situó el coche a la derecha.
Al fondo se elevaba majestuoso el Teide, ostentando en su cúspide un pequeño caperucho blanco. Aunque el sol dominaba a esa hora,
el dulce frío de diciembre no calentaba suficiente la piel.
- ¡Ah, qué bien me vendría ahora un buche de buen whisky! -dije frotándome las manos y echando en ellas el débil vaho que salía
de mis pulmones.
- ¡Whisky no, pero una buena botella de exquisito vino tinto sí que tengo en el maletero!
- ¿Pero tú llevas de todo en el coche?-pregunté en broma.
- ¡Este maletero está lleno de sorpresas!-me dijo, mientras me mostraba desde lejos, como si hubiera atrapado un tierno
conejillo de montaña, una botella cogida por el cuello-. Espera..., espera y verás-, agregó en tono enigmático.
De algún lado surgió una navaja multiusos y en un periquete procedió a descorchar la botella. ¡Ah, valía la pena estirar las piernas!
Me adelanté subiendo al pequeño montículo desde donde se divisaba el hermoso conjunto natural. Allí estaba esperándonos la
gran dragona esculpida en lava, aparentemente dormida, extendiendo su cola y patas de lado a lado de la isla, ostentando un
pecho rebelde que se proyectaba obsceno y maternal sobre el azul del cielo. Entre su regazo divino, se alargaba la hermosa
alfombra de tantos verdes que formaban el aceviño, el mocan, el barbusano, el madroñero, el laurel o el pino; más arriba,
a la altura del ancho y largo tórax, la estaría salpicando de olores la vegetación que se le ofrece en permanente sahumerio
compuesto por alelí, retama, nepeta, poleo o tajinaste, para columbrársele muy cerca de sus coanas olfativas el dulce aroma
de la humilde pero resistente violeta del Teide. Constato ahora que escribo la amplitud interior de aquel presente mágico y
me siento revivir. La alegría allá arriba tuvo su expresión en un grito.
- ¿Qué ocurre? - me preguntó llegándose a mi lado- Te oí gritar y pensé que te había ocurrido algo...
- La alegría tiene su manera de comunicarse por sí sola. ¿Qué traes ahí? -le dije señalando a una carpeta oscura de grandes
dimensiones que portaba bajo el brazo.
- Pensé que podría seguir haciendo recordatorio mostrándote mi álbum particular de fotos...
- ¡Magnífica idea! -dije, y busqué al momento una piedra, lo más lisa posible, donde poder asentar mi verticalidad. Vi que él, al punto, hizo otro tanto al lado mío. Abrió la carpeta y comenzó a mostrarme su contenido.
- Esto que ves aquí es mi primera etapa de principios de los setenta. Es una época de formación y de influencias. Hay referencias y elementos que recorren la escultura griega, el Renacimiento, el Manierismo, la Mitología, el simbolismo, el surrealismo y la cultura pop, rock, cine, cómic, ciencia-ficción... Verás en el cuadro que titulé The wild eyed boy from Freecloud, la atmósfera general de mis primerísimos trabajos. Vienen inmediatamente después las diferentes series que constituyen respectivas exposiciones individuales. ¿Ves aquí la serie Soledad: Tiempo roto de recuerdos en piedra?, sus detonadores son fundamentalmente la escultura griega y Giorgio de Chirico. El país de octubre pertenece a la serie que denominé Otoño, más centrada en la influencia del Quattrocento, Botticelli, y la pintura Prerafaelista y simbolista del XIX. Las Brujas es fuertemente simbolista decadente. La serie Las máscaras de los dioses podría situarla como una metáfora teñida de simbolismo, surrealismo y pop... A principios de los ochenta cambian muchas cosas en mi vida y, sin perder un cierto hilo conductor, empiezo un periodo de ensayos y búsquedas que no siempre culminan en un trabajo desarrollado. Por ejemplo, exploro durante unos años una fragmentación del espacio que parte del cómic para evolucionar luego, distanciándome de esta referencia que conlleva un tratamiento plástico diferente de cada fragmento, como es el caso de Enigma, pero que irá desapareciendo, como verás aquí en Espejo nocturno. Al mismo tiempo, la pintura va cobrando importancia progresivamente. En Primavera, Minotauro, Bird´s House o El ciego se generan momentos de querer soltarme técnicamente, abandonando un dibujo demasiado rígido en la línea y una pintura demasiado dibujística y lisa, sin que por ello pierda la dimensión realista de la representación. Todo estará al servicio de un universo simbólico y sensual. Sin ruptura considerable se produce otra serie inmediatamente después, donde hago una exploración cromática que reduce el color de cada obra a una combinación básica de dos o más tonos fuertemente contrastados, y, en todo caso, a una voluntaria reducción cromática y un tratamiento pictórico tosco, deliberadamente simplificado, en bruto, pero sin abandonar un dibujo riguroso. Aquí están, por ejemplo, Crisálida, La verdad del amor, Perpetuum mobile, Quelque part le soleil...Pudiera dar la apariencia de imperfección formal, pero son así porque tenía una necesidad de romper con cierto preciosismo pictórico y la intención de ir a la búsqueda de un determinado impacto de la imagen paralelo a las posturas de Chirico y Magritte. Acentúo el aspecto metafísico y surrealista en esta época, sin olvidar las referencias y el cromatismo pop. Todo ésto que ves ahora correspondería a una segunda etapa donde se produce una ruptura fundamental. Junto a las diferentes exploraciones de toda la época anterior se recombinan y sintetizan en una nueva concepción que sienta las bases de todo mi trabajo posterior. El collage es un concepto fundamental de esta nueva visión. Collage en un sentido estricto, materiales diversos pegados en la obra, y, sobre todo, collage en un sentido global de combinación de imágenes, lenguajes y técnicas: figuración, abstracción, símbolos, signos, materias... El fragmento es otro concepto importante. La obra es un mosaico fragmentado e incompleto. ¿Ves?, la figura no aparece en su totalidad, sino por partes que permiten una reconstrucción visual. Los rostros de los personajes desaparecen casi siempre para evitar una tonalidad psicológica determinada por su expresión y el espacio plástico es plano y abstracto. Todo ésto forma un cóctel ecléctico fuertemente teñido de surrealismo y de pop, lúdico, con algo de jeroglíficos y rompecabezas, y con lejanos ecos de mi pasión por las enciclopedias ilustradas: mapas, signos, esquemas... En la obra sobre papel se combinan lo fotográfico y lo pintado en un juego equívoco, además de materiales varios pegados, hebras de lana o piel de pescado, como puedes comprobar en Las tres gracias y en La migración del salmón. La serie Prometeo es un trabajo un poco posterior y aquí lo fotográfico está retocado, repintado.
El frío ambiental me obligaba a apurar con fruición el líquido color de rubí, aunque reconociera que, como siempre, a los dos
primeros vasos de vino se me pondría la mirada del lagarto. ¿Se tratará de una forma especial de mirar nuestras expresiones
y sustancias desde la perspectiva interna de la condición insular? Quizá sea más bien el resultado de un mirar mágico,
circular y abierto, por el que el vino, al subirse directamente a las neuronas sin parar antes en la digestión estomacal,
te muestra el mundo en perspectiva subjetiva. ¿Es el acto volitivo de beber lo que le solicita prestada la mirada al lagarto?
- ¡Qué poco aguantas!, ¿estás mareado?-me preguntó extrañado.
- ¡Qué va!, no... Es como si en el proceso de beber a esta altura y en este espacio adoptara la instintiva manera de ver del reptil
isleño -le dije, viéndolo envuelto en una aureola de retamas de flores blancas y rosadas- ¿Comprendes?, es una manera simbólica del mirar.
Igual que ahora, que te veo como uno de tus ángeles rodeado de colores cósmicos.
- En el pequeño jardín de mi casa, en Sara, hay una de esas...- me dijo, señalando hacia la gran retama que yo veía detrás suya-.
En primavera nos sorprende con su olor, tanto o más poderoso que el jazmín. ¿Verdad que es hermosísima? ¿Quién puede creer todavía que
las plantas no son seres vivos como tú y como yo?
- Por supuesto -dije, apurando un poco más de vino-; claro que una planta es un ser vivo. Un ser vivo como cualquier otro ser que
siente o padece. Llora si lo tratan mal, se entristece y mustia. Si, claro que siente... sufre o se alegra y llena de emociones hermosas
si la tratas con afecto, amor...
- Hasta en el aire que no se ve hay vida que espera ser compartida entre todos- dijo en voz baja, mirando hacia lo alto.
Yo miré también, pero el vacío del aire me devolvió nuestra estampa observando el infinito, como queriendo indagar a través de algún
espejo invisible.
- Hay pocas cosas feas en la naturaleza -me atreví a apostillar, al tiempo que le solicitaba, con mi vaso de plástico en el aire,
un nuevo escanceo del líquido que me transformaba la forma de ver.
- Observa estas obras... - me dijo volviendo a abrir el gran album-. En Signos del tiempo, Lettre de Casablanca, Oráculo, en los Runner, Bleu marine... En estas creaciones no hago aportaciones fotográficas, pues los elementos figurativos son todos pintados, sin embargo sí hay materiales diversos, sea cartón, papel, gasa, madera, arena, corcho, periódicos o cuerdas. En esta época necesito más rapidez en los resultados, por lo que me interesa la incorporación del acrílico como base instrumental que sustituye al óleo. Claro está, no es sólo la rapidez del secado, sino también la posibilidad de combinación matérica que me permite llegar a la explosión de colores. Quería dar al mismo tiempo la impresión de simultaneidad y sucesión, y por eso produzco la articulación de los cuadros en dípticos y trípticos. ¡Igual que te pasa a tí con la mirada de lagarto!, ¿no? Aparecen las series pero no con el mismo concepto narrativo y cerrado que utilicé en los setenta, sino centrándome más en la sintaxis plástica y en las connotaciones musicales. Pretendo testimoniar la doble concepción del cuadro, a la vez único y múltiple, lo que le permite al observador una lectura polifónica. Como en Runner, también hago un tratamiento repetitivo en las series siguientes, Les Maisons y Angelicum, que contiene a su vez Angel Heart, Querubines, Linea vitae y Seraphim. Sin que exista una frontera definida con respecto al trabajo anterior, a partir del noventa y cuatro se han sentado las premisas de una evolución que lleva hasta mi obra más reciente. Esta evolución me conducirá, sin abandonarlos, desde los conceptos centrales de fragmento y collage hacia una concepción centrada en el espacio pintórico, a una reconstrucción de la fragmentación anterior. En principio se produce una simplificación de la obra y durante un par de años trabajé fundamentalmente en pequeño formato. En la serie Mano y nube utilicé un fragmento del cuerpo humano. Ahí aparecen ya dos características importantes de cara al trabajo posterior: las superposiciones de planos, con mayor o menor relieve, en el soporte de cartones y papel, y la presencia del dibujo a lápiz visible a través de la pintura. El personaje deja de ser el elemento central en series como Natura morte, aunque aparezca en Nudus et fructus. A partir de aquí el paisaje se convierte, por un tiempo, en el elemento protagonista; un paisaje no tradicional, más bien una sugestión de paisaje en el que se sitúan objetos diversos siguiendo el concepto serial anterior...
Volvimos al auto. Con cierto tono de misterio en la voz me dijo que dentro de muy poco, cuando llegáramos al Valle de Ucanca,
pararíamos de nuevo y allí me mostraría su propia galería virtual. Sacó de la guantera un CD y lo introdujo en el reproductor.
La música de Bach nos envolvió durante el trayecto. En silencio observábamos el paisaje mientras la sugerente melodía, junto
con los impactos visuales, nos trasladaban individualmente hasta lo profundo de nuestros mundos interiores. Admirando el
paisaje lávico pensé que en el comienzo de esta tierra todo tuvo que haber sido una danza improvisada, una gran danza de
almas sorprendidas, entre el primer fuego y el posterior frío de milenios, y que aquí quedaron talladas. Apresado el
magma en instantes de vidas, aparentemente reducido, parecía querer revivir el sueño de un guerrero que dormía al acecho.
La isla oculta sus venas, pero entre los cuerpos petrificados, con cada arruga del terreno, bulle la vida. Silencio cuajado
de formas musicales, aliado con la soledad. Cuando el magma se hace minúscula porción de polen, viaja libre en el espacio.
Si late, surge la palpitación orgánica, inocente, ahondada en el sigilo. El primer grano de vida mineral puede ser luego
tajinaste rojo o siempre bella pequeña violeta. Brama, ahí debajo, la naturaleza primitiva; energía contenida. En cada
roca se halla el universo clamando por el movimiento incesante. Siempre hay una ciudad oculta bajo los crestones de siglos
viajeros, amadas carnes de barro. Todo se engarza desde lo imposible a lo posible a través de desconocidas sutilezas.
Propiciando la iluminación, la luz de vida penetra hasta el corazón de las islas, asaetando los ocultos destinos de
los seres. La Luz persigue corpúsculos de sombras y los tumba con un simple beso de hallazgo...
Tocando a su fin la Cantata de Johan Sebastian Bach, sin previo aviso, cuando menos lo esperaba, giró el auto hacia la derecha y
entramos en una pista de tierra. Pronto perdí la carretera principal de vista porque nos adentramos en medio de un paraje amplio
y ausente de vegetación.
- Esta es una zona mágica donde se supone que se reunían los guanches para los ritos religiosos. No es que vayamos a hacer ningún rito,
pero la experiencia, por especial, merece un lugar así -dijo, mientras nos deteníamos. Al punto se bajó y abrió el maletero- ¡Bájate!- casi
me ordenó-, ¡no te vas a quedar ahí todo el día! Y échame una mano con estas cosas...
- ¿De qué se trata? -dije.
- ¡De realidad virtual! -ya no me hablaba con misterio, sino con entusiasmo.
- ¿De qué? -le pregunté situándome un grado por encima de la extrañeza.
- Es apasionante. Ya verás. ¿Me ayudas con los aparatos o no? Cierra y ven cuando acabes.
- ¡Claro que sí! -dije y, diligente, puse mis brazos al servicio de una caja no demasiado voluminosa. Lo seguí unos treinta metros
intentando andar sobre un suelo que no me dejaba avanzar. Él iba delante portando una maleta negra. Al llegar al centro de aquel
anfiteatro natural, se detuvo, miró para los lados y, luego, al sentirse confiado procedió a abrir la maleta y sacar de ella unos
artilugios que puso sobre una mesa plegable que, previamente, había armado.
- Técnicamente este aparato se conoce como sistema de inversión. Dame acá eso -me dijo en cuanto estuve a su altura-, verás qué
cosa fácil y maravillosa. Una bateria, un ordenador portátil, unos cascos, dos guantes y... ¡a navegar en tres dimensiones!
- ¿A navegar en tres dimensiones? -pregunté pensando que era un juego.
- Ya te dije que se trataba de realidad virtual... Se usan unos guantes táctiles o de datos, que sirven para interactuar con el medio.
Esto aquí es el casco o escafandra que sirve para ver y crear el espacio tridimensional. El casco es un sistema de posicionamiento
por coordenadas...
- ¿Coordenadas?, ¿así de sencillo? -pregunté- ¿Un ordenador, batería, casco y guantes? ¿Y qué hacemos ahora?
- Tú los vas a usar... Te posicionarás en el corazón mismo de mi galería virtual. Y, si quieres, y logras dominar la técnica,
hasta podrías intervenir en la reconstrucción de algunas obras. ¿Estás preparado?
Tras realizar unas conexiones entre la batería y el ordenador me colocó el casco y los guantes, maniobró un par de minutos en
la pantalla y, después de darme una palmadita en la espalda, me dijo:
- ¡Adelante!, ¡a ver hasta dónde llegas! Puedes andar y moverte a tu gusto y, en ese movimiento, tanto crear las galerías que
desees como llamar a los cuadros que quieras ver o vivir...
Abrí y cerré los ojos varias veces para adaptarme a la potente luz que al punto emanó del casco visor. Tras superar la primera sorpresa, y una vez que había adaptado mi vista a la iluminación que se proyectaba en el interior de los cascos, observé la presencia de una puerta muy grande que al simple hecho de alargar mi mano derecha se abrió pausadamente. Sin saber cómo, me hallé en el centro de una grandiosa nave de la que no podía imaginar sus dimensiones. Se trataba de una larga y espaciosa galería central que se abría a los lados en múltiples pasadizos y corredores. Miré hacia lo alto y comprobé que la intensa luz provenía de un lucernario hecho de vidrieras impolutas que dejaban pasar la luz más pura y límpida jamás vista. En la cúspide del lucernario, dos formas geométricas se ensamblaban: un cuadrado transparente conteniendo a un círculo ambarino. Miré detenidamente hacia arriba, mientras sentía crujir sordamente mis cervicales. De pronto, surgieron de no supe dónde formas en acción y movimiento mutantes, mientras una serpiente dragón volaba cerca del altísimo techo de cristal de la galería, portando en su boca una esfera flamígera. Haces de luces multicolores se proyectaban sobre las paredes incorpóreas, ¿transparentes? Mientras creía estar en un sueño, oí la voz de Manolo que me susurra al oído "Veas lo que veas, es personal, aunque mi obra esté ahí. A medida que quieras que aparezca una serie en concreto sólo tendrás que ir a una galería u otra o, simplemente, llamarla, nombrándola: Omphalos, Circa Sebastianum, Opus Quadratus, Mythologies...". Antes que pudiera decirle palabra alguna, empezaron a surgir ante mis ojos, por detrás, por delante, arriba o abajo, cuadros que no parecían querer guardar una postura bidimensional, sino, por el contrario, abierta, espacial. El conjunto Paisaje con barco surgió desde el fondo de la galería central, avanzando hacia mí, en un mismo cuadro que luego se abriría y multiplicaba en cinco o seis más, donde los elementos que lo componían, barco, torre, veleros o bandera, se descomponían y recomponían situándose en el espacio, jugando igualmente con los colores. Por la derecha, surgió de pronto Paisaje con columna. Un cetáceo de expresión amenazante se situó debajo de mis pies, mientras un conjunto cromático similar a un arco iris esparcía sus colores -violeta, naranja, amarillo, rosado, blanco y marrón- simulando una escalera por donde ví subir dulcemente un tierno unicornio con un pájaro en el lomo. Un león azul me asaltó, sorprendiéndome por el lado izquierdo, pero un sapo amarillo lo deglutió en un santiamén. Del Paisaje con silla, se escaparon tres manzanas, dos sombrillas y un bonsai, al tiempo que un caballito de mar rojo cárdeno, con riesgo de quemarse en una llama, lameteaba la esfinge impertérrita de una mujer con cuerpo de león. Por probar, dije en voz alta "¡omphalos!" y todos los elementos anteriores desaparecieron como por encantamiento. Con Omphalos descubrí que aparecía el hombre en su total desnudez. Allí, al fondo, saliendo de una ornacina divisé un bello cordero que pastaba en el prado del tiempo, mientras más arriba un caballito violeta de noria circulaba sobre uno de los cuadrados de la vidriera central. La figura humana se me aparecía dibujada entera y transparente, cuando una mano cortada, portando un arco de violín, me cruzó por delante en el momento justo que avancé a coger una manzana que reposaba sobre una mesilla roja. ¡No quería intervenir en la obra acabada del artista, pero con gusto habría arrancado el animalillo que llevaba asido de las garras aquel águila que volaba demasiado alto para mi gusto! Comprobé que del ombligo del omphalos surgían luminiscencias de muchos colores: rojo, azul, verde... Pedí que se quedara Omphalos y gritando como poseso los llamé a todos. Aunque aquella visión se me pudiera transformar en un circo enloquecedor, deseaba verlos en conjunto, conformando el universo del pintor, mostrándome todos los elementos que componían su condición de creador: ¡Circa Sebastianum!, ¡Opus Quadratus!, ¡Mythologies!... Los cuerpos humanos entraron deslizándose por los huecos infinitos de las galerías, que se abrían a múltiples salas. Las figuras humanas se apretujaban unas contra otras suavemente, aparentando desconocer el dolor, distantes, tenues... El Tríptico de San Sebastián poseía las mismas características que Omphalos. La serie Sebastián se estructuraba o decomponía en collages fotográficos retocados en blancos y negros, que se combinaban con el cuerpo dibujado del bello militar del cual veía, entre nubes de colores, sólo unos escorzos que, apesar de saber que estaban pintados, se me mostraban volumétricos. Sobre la marcha recordé que San Sebastíán había sufrido el martirio siendo un joven guerrero romano en el año 287. El emperador Diocleciano le hizo atar a un poste y atravesar su cuerpo con flechas como castigo por haber hecho profesión de Cristo. Los crueles dolores que tuvo que sufrir, son el motivo por el cual es invocado como patrono de todos los atormentados por dolores. Su cuerpo gozó fama de poseer la milagrosa virtud de que todo aquel que lo mirara no podía morir en el mismo día. Por eso lo miré fijamente, para cumplir el rito y por empaparme de su belleza. Tres figuras, cuadrado, triángulo y círculo, servían de telón de fondo o apoyatura de la figura; alrededor de estas geometrías se movían sin parar, en el aire de colores de la galería, un ángel sorprendido, una golondrina, la rueca del tiempo... Opus quadratus me abrió a una serie de paisajes que tenían como punto de partida una foto en blanco y negro retocada y prolongada en una construcción plástica. En todos se combinaban el dibujo, la pintura, la fotografía y el collage de fragmentos, formas y superficies. Todo el espacio era un espacio combinado de otros múltiples aires. Por una parte, tradicional, escenográfico, tridimensional, exterior, visual... Por otra, contemporáneo, plástico, bidimensional, interior, intuitivo... Mythologies me mostraba al renacido Orfeo en medio de bellísimas formaciones de colores, elevándose en el espacio, rodeado de molinos de viento o protegido entre trigales, victorioso en el amor... Estaba realmente subyugado por ese nuevo hallazgo del artista, donde se recreaba en un nuevo espacio dándose superposiciones de planos, a través de los juegos de transparencias, los relieves, las opacidades junto a la concepción cromática del color intenso y fuertemente contrastado. Y, desde luego, la sutileza, la armonización realzada por acentos más intensos, hacia la búsqueda de una atmósfera cromática en cada grupo de elementos vívidos que conformaban el conjunto orgánico de toda la obra...
De pronto, las formas se desvanecieron, los colores se difuminaron, la enorme galería acabó perdiendo profundidad, y lo
que antes fue una explosión de luz y color se quedó representado ante mis ojos en un pequeño anuncio de letras rojas que me
comunicaron que la batería estaba agotada. Me quité los guantes y el casco y observé el rostro expectante de Manolo que seguro
estaría esperando oír mi impresión.
- ¿Qué te pareció? -me preguntó.
- ¡Fantástico! -le dije- Me ha parecido fantástica...
Tenerife, febrero de 2002